viernes, 30 de noviembre de 2007

CUENTACUENTOS 3-12-2007



Cuentacuentos 3-12-2007

FRASE DE CARLOS: “Las turbulencias presagiaban lo peor”


Las turbulencias presagiaban lo peor en aquella noche encendida de un extraño rojo, que aún parecía embravecer más y más, al enfurecido mar. Las enormes olas rompían con una fuerza bestial sobre las rocas del desfiladero de la pequeña isla, coronada por el faro donde vivía desde hacía años Bernardo y su joven hija Virginia.
Bernardo, como cada noche, había subido a contemplar a la luna y al reflejo de plata fina que dejaba en las que consideraba sus aguas. Era el momento del día que más feliz se sentía y el verdadero motivo por el que había aceptado aquel trabajo años atrás cuando murió su esposa.
La luz del faro enfocaba al rompeolas, donde el mar embestía de un modo que daba miedo y eso que Bernardo, a lo largo de aquellos años se había hecho todo un experto en temporales.
Virginia subió también, asustada por el tremendo estruendo de las aguas y se puso al lado de su padre en los enormes ventanales, sintiéndose impotente ante tanta grandeza como tenían el privilegio de observar desde allí.
No podían creer lo que veían sus ojos, un cuerpo flotaba como si de una marioneta se tratara, mecido violentamente al compás de las grandiosas olas y se estaba acercando peligrosamente a la orilla. Sólo un pequeño montículo de arena, lo separaba de las afiladas rocas. El farero y su hija, se enfundaron rápidamente dentro de los chubasqueros de un luminoso amarillo y cada uno con una potente linterna en la mano, se dispusieron a descender por el empinado camino que llevaba hasta el rompeolas. Una vez allí, la angustia se apoderó de ellos, porque en más de una ocasión, la bravura de las aguas estuvo a punto de estamparlos contra las duras piedras.
De pronto, casi como un milagro, el cuerpo se estancó en el montículo arenoso, mostrando a una preciosa mujer de rostro pálido y sereno, con una hermosa cabellera negra que le cubría parte del torso desnudo.
El asombrado farero, desde lejos, pensó ver una hermosa cola de pez plateada como el reflejo que tanto le gustaba ver por las noches desde el faro. Se quitó el chubasquero y conforme la mujer se fue poniendo de pie, lo que a él le pareció una cola, se fue convirtiendo en unas piernas largas y bien torneadas.
Bernardo, perturbado por la visión que acababa de ver, tapó la desnudez de la mujer y la tomó en sus brazos hasta el faro, seguido de Virginia, que había permanecido un poco alejada del lugar, por orden de su padre y por respeto a la gran altura de las olas.
Al llegar al faro, aún Bernardo se estaba recriminando tantas historias como leía de sirenas y viejos marineros y seguía repitiéndose: ¡No puede ser, no puede ser! ¡Las sirenas no existen!
La joven Virginia, sacó ropas suyas para que la extraña y bella dama se vistiera y le ayudó a secarse, mientras Bernardo preparaba un chocolate caliente para reconfortarla por dentro.
Pasadas unas horas, donde se acomodaron cerca del fuego, a la desconocida mujer se le empezó a sonrosar las mejillas y comenzó a agradecer a sus salvadores el peligro que habían corrido por ir en su auxilio.
Pasaron los días y Bernardo, se sentía cada vez más atraído por Rosa, que así dijo llamarse la misteriosa dama.
No pasó mucho tiempo para que Bernardo le declarara su amor y pidiera a Rosa que se casara con él.
Entonces la joven enamorada, explicó a Bernardo, que ella era una sirena que desde siempre se había sentido atraída por la luz que le brindaba por las noches su faro y el rey del mar, compadecido del amor que ella sentía, le había dado permiso para salir. Si su amor era correspondido, viviría el resto de sus días como una auténtica mujer, pero si no era así, tendría que regresar pasado un mes, (para eso sólo faltaba tres días). También dijo a Bernardo, que si su hija no la aceptaba como madre, tampoco podría permanecer con ellos, pero la joven no debería jamás conocer la historia.
Bernardo se apresuró a hablar con su hija aquella misma noche, para contarle que le gustaría si ella estaba de acuerdo, casarse con Rosa. La joven, que había observado el interés y las miradas de ambos, llevaba hacía días propiciando el acercamiento y posterior declaración, pues se sentía feliz de poder contar con los consejos y la amistad de la que ella veía más que como madre, como hermana mayor.
Así fue como la sirena se quedó a vivir en el faro hasta que ambos murieron como humanos. Tras la muerte, pudieron vivir por siempre en el mundo de las profundidades alumbrados por el faro, cuyo farero pasó a ser su nieto mayor.

Marisela

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viernes, 16 de noviembre de 2007

CUENTACUENTOS 9-11-2007





Cuentacuentos 19-11-007


Frase de Beleita: "El camino era tan estrecho que se hacía difícil caminar erguido sin caer"


El camino era tan estrecho que se hacía difícil caminar erguido sin caer, pero como podía, arañándose con las espesas ramas que casi lo ocultaban, Lorenzo, lo atravesaba con la ayuda de sus manos como única herramienta, para sortear los inmensos helechos y ramas secas que se clavaban en su cuerpo como afilados cuchillos y que le provocaban sangrantes regueros de un rojo intenso y un desagradable escozor general, en parte también producido por la alergia que desde siempre había tenido al polvillo de las plantas.

-¡¿Pero qué pintas aquí en medio del verde follaje?! –Se preguntó así mismo el pobre Lorenzo, mientras seguía adentrándose en la jungla en calzoncillos y perseguido por un gigante de casi dos metros de altura y ciento cincuenta kilos de peso, que además, iba cargado de un machete que había jurado incrustarlo en su cabeza más de una vez-.

Cuando nuestro protagonista veía en la televisión o en el cine, alguna persecución como la que estaba sufriendo, siempre le decía al perseguido que era tonto, que porqué no se subía a un árbol o se escondía detrás de los matorrales. Ahora desde la acción, se reprochaba lo capullo que era y lo fácil que se veía todo sentado en un cómodo sofá...

Lorenzo pensaba lo más rápido que podía, queriendo poner a todos sus sentidos en máxima alerta y deseando en señal de ánimo, acompañarse de si mismo. De su propio interior, como si de otra persona se tratara, para sobrellevar la vergonzosa experiencia que estaba viviendo, que aunque parecía una pesadilla, era por desgracia una amarga realidad.

Todo comenzó cuando Carmencita, una sensual mujer de piel sonrosada y labios carnosos y húmedos, comenzó a trabajar en la misma empresa que Lorenzo. A la coqueta muchacha, le bastó sólo una caída de ojos durante una intensa mirada para conquistar el corazón de nuestro hombre, que desde ese mismo momento se convirtió en la sombra de ella, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera tener entre sus brazos a la jugosa Carmencita.

Cuando había transcurrido un par de semanas y tras continuas llamadas telefónicas y bonitos ramos de flores a diario, la mujer terminó aceptando la invitación para ir cenar con Lorenzo el jueves por la noche.

Tras la formidable cena, que había tenido lugar en un afamado y confortable restaurante de Madrid, nuestros apasionados muchachos fueron a tomar una copa a un local no menos atrayente, donde pudieron llevar a cabo una agradable y distendida conversación. A continuación, la chica decidió que era hora de regresar a casa, ya que al día siguiente tenían que trabajar…

Lorenzo, acompañó a la bella joven después de insistir considerablemente para que dejara su vehículo en los aparcamientos de la empresa, explicándole que regresarían juntos al día siguiente. Durante el recorrido de regreso, a Lorenzo se le hacía la boca agua, pensando que esa misma noche podría conseguir su único objetivo desde que la conoció.

Al llegar delante del domicilio de Carmencita, Lorenzo puso en marcha todos sus encantos de seductor, para no dar tiempo a la chica a plantearse otra cuestión que no fuera pasar la noche junto a él. Así fue como empezó a inflamarse cada vez más la pasión y el deseo que en realidad ambos se profesaban. Tras media hora de un ininterrumpido beso e intensas caricias electrizantes, Carmencita, pudo al fin hablar y lo hizo para decir a Lorenzo, que vivía con sus padres, dos hermanos menores y su abuela paterna, que además estaba en la ventana contemplándolos a ellos y toda la escena que acababan de protagonizar. Lorenzo, nervioso, suplicó a la chica que pasara el fin de semana con él en Mallorca. Que podrían tomar el vuelo de aquel mismo viernes, a las 17 horas. Carmencita aceptó la invitación y quedaron para que pasara a recogerla a las ocho de la mañana, donde ya llevarían preparados el equipaje para aquel volcánico viaje a la isla balear.

Nada más llegar al hotel donde se hospedarían los dos días en Mallorca, los jóvenes se enfrascaron rápidamente en sus artes amatorias y cuando el ambiente empezó a adquirir tonos de alucinaciones y las bocas les sabían a un intenso sabor a cobre, la puerta de la habitación se abrió de repente, dejando a la vista a una enorme mole con un machete en la mano, del que parecía ser el novio de Carmencita y del que Lorenzo no tenía ni idea de que existiera. A Partir de ahí y sin saber cómo pudo salir de dicha habitación mientras el gigante amenazaba con descuartizarlo, Lorenzo corría mucho más rápido de lo que la dificultad del camino y su desnudez les permitían, perseguido incansablemente por aquel forzudo e indignado novio cornudo y ansioso de venganza.

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