
Especial de Navidad dedicado a todas las queridas abuelas
No sé el porqué estoy escribiendo un especial de Navidad, cuando ya hace algunos años que no me gustan para nada estas fiestas a las que antes esperaba con la mayor ilusión que se pueda tener en esta vida. Quizás sea que nunca me ha gustado pedir para mí. También puede ser que ya no estén conmigo las personas que más sueños y emociones provocaron en mi hoy pobre y enfermizo corazón.
Cuando era pequeñita, no sé exactamente por qué, pero siempre terminaba llorando el día de Noche Buena y la noche de Fin de Año. Entonces no se puede decir que no sintiera la magia de esos días especiales sino todo lo contrario. Nos reuníamos toda la familia en casa de mis abuelos. Cuando digo toda la familia, me refiero a padres, tíos, primos, hermanos, amigos, vecinos y por supuesto mis abuelos paternos. Los otros, los de la parte materna ya habían muerto hacía tiempo. No llegué a conocerlos en persona, aunque mi madre no dejó de pasar ni un sólo día mientras vivió, sin contarme algunas anécdotas de ellos.
La primera cuestión que recuerdo para que llorara en esos días, era los terribles dolores de muelas que se acentuaban en esas fechas. Creo que eran por los dulces típicos (aunque he de confesar que mi cuerpo siempre ha rechazado el azúcar). Aunque lloraba como ya os he dicho, me sentía inmensamente feliz.
La Noche Buena, no era como ahora ni mucho menos. Recuerdo una en especial, que comimos como todo majar, boniatos asados y un aguachirle de achicoria endulzada con regaliz. No había nada que comer para nadie y con esos alimentos, nos sentíamos las personas más afortunadas del mundo. Eso sí, cuando nos calentamos un poco el estómago con la aún amarga infusión, los mayores de mi familia pusieron todo el empeño en sacar las panderetas, cucharas y algunas botellas antiguas y vacías de anís "La Castellana" (guardadas para la ocasión) y con esos instrumentos, tocamos y cantamos un montón de lindos villancicos, que he intentado transmitir igualmente a mis descendientes, pero los chicos de ahora no tienen tiempo para sus abuelos y sólo prestan atención a las endemoniadas vídeo-consolas, que además de gordos y fofos, lo tienen cegatos perdidos y nerviosos como una vara de acebuche.
También recuerdo la diferencia del Día de Reyes. Entonces aquí a España, sólo venían los Reyes de Oriente. De Papá Noel, no teníamos ni referencia...
Un año, me trajeron un ladrillo coriano, vestido con una toquilla vieja de uno de mis hermanos. Os aseguro que no ha habido ni habrá muñeco más preciado para mí que aquel ladrillo, que cuando se cogía en brazos, parecía un niño de verdad. Otro año, mi padre talló como pudo unos platitos y unas ollitas y los pintó con colores fuertes, brillantes y vivos. No había en el mundo una niña más dichosa que yo con aquella abrupta y destartalada vajilla, que puesta en fila encima de unas piedras, era la mejor y más flamante cocina que nadie haya visto jamás.
Los días previos a la Navidad, eran no menos emocionantes para mí. Todas las mujeres del pueblo se reunían y acudían a la única panadería que había en la población y en cuyo horno, hacían los típicos hojaldres y polvorones, dejando en muchos metros a la redonda de la localidad, un aroma inconfundible a Navidad y contando mientras trabajaban, unas historias maravillosas transmitidas de generación en generación. Además, como no había televisión, tras la cena de Noche Buena, todas las mujeres hacían deliciosos pestiños bañados en una purísima miel de abeja, donde no faltaban las canciones y las risas que aún resuenan en mis oídos después de tantos años.
A las 23:30 horas, ya estaban todos los dulces a buen recaudo en un arca especial para este fin y toda la familia dispuesta para acudir a la Misa del Gallo. En aquel entonces, esto era un acontecimiento social, donde todas las familias del pueblo se daban cita y tras la celebración religiosa, la fiesta continuaba todos juntos en la Iglesia.
Ahora mis nietos no saben siquiera qué es lo que están celebrando. Se cena con la televisión encendida. Se come a lo bruto (no sé porqué hay que comer tanto esa noche), se bebe todavía más. Los nietos mayores se van de guateque, botellona, botellón o cotillón, o como quiera que se llame. Los pequeños directos a la consola como siempre y los mayores, para lo único que se reunen es para presumir del plasma, del coche o del equipo de música, por no hablar de los abrigos de pieles o las joyas que ese día se colocan pese a quien pese.
Los niños reciben regalos el Día de Navidad y el Día de Reyes y no uno, sino a montones, los mismos a los que ni siquiera prestan atención una vez abiertos.
Definitivamente no sé el porqué estoy escribiendo este especial de Navidad, que seguro a nadie interesa y nadie va a leer.
Con mis mejores deseos para que todos pasen este año una Navidad mágica.
Marisela
Marisela