sábado, 8 de diciembre de 2007

CUENTACUENTOS 10-12-2007


Cuentacuentos 10-12-2007

FRASE DE DULCE LOCURA: “Cuando se quiso dar cuenta, era otra vez otoño”

Cuando se quiso dar cuenta, era otra vez otoño. Había pasado un año desde que se sintió abatida por el acontecer de su vida que no funcionaba todo lo bien que ella quisiera y como había soñado desde que no era más que un renacuajo. Nada resultaba ser como había planeado. No terminaba de encontrar un empleo como a ella le gustaría y para el que con tanto esfuerzo y tiempo se había preparado. En amores, ídem de lo mismo. Todo parecía ser un fracaso para Palmira. Y lo peor de todo, es que no se sentía con ánimo de seguir esperando...
Desde muy pequeñita soñaba con tener quince años. No sabía muy bien porqué precisamente esa edad, quizás tuviera que ver con que todos le decían "la edad de la niña bonita". Ella se ponía los tacones de su madre, se hacía largas trenzas con trapos sobrantes de la costura de su tía, se pintaba los labios, de un color fucsia fuerte y se colgaba un bolso desechado por su progenitora y que ella había adoptado como el mejor de sus juguetes.
Palmira siempre quiso ser una mujer hecha y derecha y como tal, jugó y actuó toda su niñez. Como era la mayor de cinco hermanos, tampoco hubo nadie que se burlara de sus pretensiones de parecer más edad de la que tenía en realidad.
Los años fueron pasando lentamente como si de siglos se tratara para Palmira.
El día de su Primera Comunión, marcó uno de los grandes logros trazados por la niña en su empeño de conseguir ser vista como una muchacha y no como una mocosa. Ese día, todos le decían: "Ya eres toda una mujercita y ahora tiene que ser responsable con tus actos y enseñar a tus hermanos". Esas palabras típicas que se le dicen a todos los niños en esas fechas, a Palmira se le clavaron en su corazón y desde ese mismo momento pasó a convertirse en una segunda madre para sus hermanos.
Entre los ocho y los once años, Palmira vivió una profunda evolución interior, pero exteriormente se consideraba como si fuera invisible. Esos largos años, se sintió menos observada. El protagonismo lo tenían entonces sus hermanos menores.
También se sintió mucho menos influenciada por su madre y por su tía, a las que ella no se perdonaba desairar en ningún momento y a las que consideraba la perfección del género femenino.
Acababa de cumplir los doce años, cuando a Palmira, una mañana como cualquier otra, le bajó su primera regla en el transcurso de una de sus clases. Su madre hacía tiempo que le había explicado que eso sucedería y que a partir de ese momento, sería interiormente toda una mujer. Ese acontecimiento, marcaría que su cuerpo estaba preparado para poder engendrar y parir hijos.
El dolor de vientre y la gran hemorragia que se le presentó, marcó otro de los retos y a la vez fracaso en la vida de Palmira. Su madre habló muy seriamente con ella, le volvió a repetir todo lo que ya sabía, pero añadió que era sólo una niña y que a partir de ese momento tendría que extremar sus cuidados, sobre todo con los chicos que se pegarían a ella como moscas, buscando sólo seducirla y muy especialmente, tendría que tener mucho cuidado con los hombres no tan jóvenes, que si tenían experiencia de la vida y que buscarían tener sexo con ella, engatusándola con palabras de falso amor y con detalles de esos que nos gustan a todas las mujeres.
-Es importante que a partir de ahora, seamos amiga además de madre e hija -dijo la madre a Palmira, con tono serio y solemne, aunque acarició la mejilla de la pequeña y le dió un cariñoso beso en la frente-.
La mamá, le explicó bastante bien, que las relaciones sexuales deben ser por amor, con quién ella decida y cuando ella quiera. Por eso de la importancia de que hubiera confianza entre ambas, porque había medios para impedir quedarse embarazada y porque ella no quería que le hicieran daño con falsas promesas.
Palmira, sintió de pronto mucho miedo hacia la gran responsabilidad que tenía por el simple hecho de haber tenido la regla. Recordó las miradas que en aquel último año, le echaban los chicos en el gimnasio o cuando se ponía a jugar a la goma o a la comba, incluso los profesores la miraban de un modo distinto. Y es que a la adolescente, se le había desarrollado bastante los senos. Se les presentaban ante ella de un modo casi insultante y provocador. Incluso le molestaban, por no hablar del inmenso dolor que había sufrido, especialmente las últimas semanas, que casi no podía aguantar el roce de la ropa.
Los quince llegaron, pero transcurrió casi sin darse cuenta. Tanto esperar, para que no sucediera nada especial, acepto que ante el espejo, Palmira era una hemosísima mujer, donde toda ella desprendía sensualidad e intensos brillos de todos los colores.
Pronto vinieron los dieciocho, los veinte, los veinticinco y sin darse apenas cuenta, llegó el día que cumplió los treinta y uno. Ahora pasaba todo lo contrario, el tiempo en vez de pasar volaba. Se podría decir que el setenta por ciento de su vida había transcurrido en sus doce primeros años. El quince por ciento, en los diez siguiente y conforme se evaporizaban los días, sin apenas sentirlos, el quince por ciento restante, sería mucho más cruel y sin sentido, porque además, los mayores siempre le decían (que el tiempo se hace cada vez más corto. Que de los treinta a los cuarenta, corre. De los cuarenta a los cincuenta, vuela raudo como el viento. De los cincuenta en adelante, cada año pasa como un leve soplo casi inadvertido).
Había pasado su niñez queriendo ser una mujer de verdad, pero ahora que por fin lo había conseguido, daría gustosa todo lo que había conseguido, por volver a ser la niña que jugaba entre trapos y carmín en el patio de su hermosa casa, sin otra obligación que esperar pacientemente los otoños que tanto le gustaban y que tardaban tanto en llegar.
Se había sentido agasajada y mimada por los moscones que le advirtió su madre. También había vivido el placer, deleite e intenso dolor de lo que había considerado "amor". Le Habían roto el corazón en más de una ocasión y también dejó ella unos cuantos destrozados por el camino. Pero la realidad nada tiene que ver con las grandes pasiones que soñó cuando era pequeña. La realidad nunca supera a la fantasía. Ahora sabía que las caricias y los amores soñados son los mejores y que nunca recobraría aquello que tantas prisas tuvo en perder.

Dedicado a todos los cuentacuentos que no le gustan los finales felices.

Marisela

Más historias: http://www.elcuentacuentos.com/

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no lo calificaría como un final "no feliz", ya que, sin lugar a dudas, es la cruda realidad de muchas chicas (podemos incluír el género masculino también en este caso).

¿Quíen no ha soñado de pequeño ser grande, y cuando se es ya mayor tener 15 años?
Creo que todos nos lo hemos planteado alguna vez y el que diga lo contrario que dé un paso adelante; puede que caiga al abismo.

Un relato que da mucho que pensar a todas esas personas que añoran su pasado y ven su presente y futuro como algo pasajero.

Muy bien narrado. Quizá, para mi gusto, algunos pasajes algo recargados, pero nada que recalcar.

Un beso.

Tea Girl dijo...

Coincido con Hell en que no creo que sea un final "no feliz", me parece que dices verdades como puños.

¿Cuánt@s no hemos deseado crecer rapidamente cuando éramos unos adolescentes, y ahora que ya tenemos unos añitos más, volver a ser niños?


Muy buen relato, me ha hecho reflexionar.


Besos dulces

Jara dijo...

cuando somos pequeños nos creemos que con 18 no comeremos el mundo. Con los 15 en el caso de la protagonista era la edad justa para sentirse diferente!

Quizás no vivió su infancia como una niña, disfrutando de lo que les divierte a los niños, el ocuparse de sus hermanos la hacía crecer y tener otras responsabilidades. Cuando se quiso dar cuenta ya era demasiado mayor para ser pequeña.

y es verdad que cuando somos pequeños queremos ser mayores y al revés, yo en cambio no volvería ahora a mi infancia. Siempre digo lo mismo pero soy lo que soy gracias a esos años buenos o no, eso da igual.

Un final no feliz. La vida misma. La realidad. Yo tampoco creo que lo sea.

besos.

Marisela dijo...

Yo no digo que sea un final infeliz. Sólo le he dedicado el relato a los que no le gustan los finales felices.
Pero ¡jolín chicos! Si no os parece triste que con 31 años se sienta totalmente desanimada y engañada por ella misma.
No ha podido ser niña, porque estaba muy ocupada pensando en ser mayor. No ha podido amar, porque no ha tenido paciencia. Igualmente no sabe vivir, porque esa misma impaciencia, le ha hecho perder la ilusión.
Ha vivido a destiempo y no ha disfrutado de las pequeñas cosas de su alrededor ¿Puede haber más infelicidad?
Aunque coincido con vosotros que es una tónica general. Algo cotidiano hoy día, que lo lleva a parecer normal.
Gracias por vuestros comentarios. Pasaré a leeros cuando regrese a casa.
Besos y no comáis mucho turrón jejejej.

Ignacio J. Borraz dijo...

Hola Marisela,
bonito cuento, que da que pensar como ya han comentado otr@s antes que yo.
Ese deseo de crecer que al llegar a cierta edad o a cierto punto (el desengaño de la vida adulta) tras un punto de inflexión se convierte en deseo de volver a la juventud.
En mayor o menor medida, no quiero caer en el abismo de Hell jeje, creo que todos hemos pensado en ello alguna vez.

Carabiru dijo...

No es que sea un final no feliz, simplemente es un final crudo, como lo es la vida en muchas ocasiones.

Por eso me alegro de haber sabido ser niña cuando lo era, adolescente cuando lo fuí...

Salu2

Pedro dijo...

Pues a mi tampoco me ha precido un final infeliz, quizás porque siempre pienso que mientras hay vida hay esperanza (que es lo que la falta a la protagonista) Además ¡31! si es una edad genial, con mil cosas por hacer y todas las posibilidades y experiencia que no se tiene con 15 :D

1 saludo,


Pedro

Pugliesino dijo...

Palabras que en su lectura pasa el tiempo sin darnos cuenta. Parecía un extenso relato y conforme iba leyéndolo no caí en que había llegado al final.Como la vida misma los últimos párrafos eran diferente de los primeros,las frases adquirían imperceptiblemente mayor velocidad mientras que al principio abundaban los detalles y las ganas de seguir avanzando hacia algún sueño.
Como la vida misma bellamente reflejada en tu relato.
Un abrazo

Jan Lorenzo dijo...

La verdad es que sí que muchas veces decimos eso... De peques estamos deseando cumplir los 18 para romper reglas, y porque creemos que podremos con todo (y no suele ser así), y cuando somos mayores, a veces nos gustaría volver a ser niños, porque las responsabilidades no nos afectaban...

Yo no quiero volver a ser una niña... Quiero seguir adelante... Ver lo que me depara el futuro y si al final del camino, alguien ha puesto un poquito de felicidad para mí...

Menudo rollo que he soltado. jejejej... Muy buen relato, me ha echo pensar mucho.

Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.